“Saluda
al nene, Ioni”, le insiste Javier a su hijo. Ioni
tiene bastante vergüenza, muestra muchos rasgos de
ser un chico sumamente tímido (al menos fuera de
casa).
Con mucha fuerza de voluntad, Ioni apenas se anima a saludar
a su compañerito nuevo de jardín con un suave
y finito “hola”. Al fin y al cabo, cumplió
con lo que su papá le había solicitado…
Se vuelve muy interesante analizar el por qué existen
personas que le otorgan tanta importancia al saludo. “Buenos
días”, “good morning”, “bonne
journée”, “bon jorno”, “guten
morgen”, “boker tov”, “lái
rì yú kuài” o en el idioma que
sea, encontramos en el mismo planeta una gran diversidad
de individuos con distintas culturas y religiones, que se
muestran con amplia voluntad e interés en saludar
a sus semejantes. ¿Qué hay detrás de
todo esto?, ¿por qué coinciden tanto en este
punto?, ¿qué se esconde en dos simples palabras?
En el Pirké Avot (1:15) Shamai nos enseña:
“Recibe a toda persona con buena semblante (en el
rostro)”.
En el idioma hebreo, el término “rostro”
se pronuncia: “panim”.
Si analizamos el sentido etimológico de la palabra,
nos encontraremos con que esta misma proviene del vocablo
“bifnim” que significa: “por dentro”.
No es más que un indicio que el individuo refleja
mediante sus rasgos (“panim”, rostro) lo que
realmente siente por dentro (“bifnim”, por dentro).
Al acompañar el saludo con una “buena semblante”
no solamente estamos pronunciando unas “simples palabras”.
Estamos comunicando un estado de ánimo, un deseo
de transmitir felicidad y calor hacia nuestro semejante
por el sólo hecho de tener la calidad de sujeto,
al igual que nosotros.
Es realmente asombroso observar cómo en las bodas
nos preocupamos tanto en alegrar a los novios con bailes,
música, gracia y jolgorio. La comida, la bebida,
la música y las emociones, realizan un cóctel
ideal para que dichos sucesos ocurran y se den a la perfección.
Allí es muy simple el desafío (sin contar
que hay sospechas que un interés creado de retribuir
la invitación se haya engendrado). Pienso que en
esta situación, es más difícil no alegrarse
que sí hacerlo.
Debemos ser conscientes que existe un “casamiento”
los 365 días del año, sin importar si es de
día o de noche, si llueve o no llueve, si nieva o
no nieva… ¡las 24 horas! Todo momento y hora
es oportuna para saludar y alegrar a nuestro prójimo;
no hace falta esperar a las bodas o acontecimientos trascendentes
para llevarlo a la práctica.
Basta ya con discriminar a las personas por su nivel socio-económico,
socio-político o socio-laboral. No saludemos a bolsillos,
saludemos a personas.
Es hora que comencemos a respetar a los individuos únicamente
por la calidad de sujeto que poseen, sin intereses creados,
sin esperar retribuciones a cambio. Todos tenemos derecho
a ser considerados -y de la misma manera- independientemente
del escalón social que ocupemos en la sociedad.
El Talmud dice en el tratado de Berajot (17 a): “Dijeron
sobre Rabí Iojanán Ben Zakai que no le adelantaron
el saludo nunca, y aún al gentil del mercado”.
A pesar de su gran sabiduría y ocupaciones en el
estudio, a este tan afamado Tanaita lo único que
le interesaba al ver aproximarse a un individuo (cualquiera
sea su raza, sexo o religión), el primer pensamiento
que se le venía a la mente, era el de estar atento
a él saludar primero y que no le adelanten el saludo.
Podríamos pensar que algún día le sucedió
que no tuvo una buena noche y estaba cansado, o que ocurrieron
disputas con alguno de sus hijos o falleció algún
familiar, y este asunto se le fue de vista… ¡pero
no!, el Talmud nos aclara: “nunca”, es decir,
en cualquier situación que estuvo, siempre se mostró
atento por cumplir este mandato. Y no diferenciaba de judío
a no judío, de sabio a no sabio, de bonito a no bonito…
¡“aún al gentil del mercado”!
Introduciéndome lo más empáticamente
posible en su pellejo, tal vez por su mente pasaba la siguiente
reflexión: “¿Qué derecho tengo
yo de estropearle el día al otro? Si personalmente
tengo inconvenientes, ese será un problema interno,
¿qué culpa tiene mi compañero de aquello?”.
Por otra parte, encontramos otro pasaje del Talmud que nos
enseña: “Es mejor la persona que le muestra
la blancura de sus dientes a su compañero, más
que el que le ofrece para tomar leche” (Ketuvot 111
b).
El saludo se vuelve mucho más que un bien material.
Se torna una necesidad espiritual, una estima determinante.
No alcanza con el “buenos días”, necesitamos
transmitir más que aquello; llegar a lo profundo
de sus sentimientos, a lo profundo de su corazón.
Basta con que hagamos memoria de las veces que saludamos
a un individuo y no recibimos respuesta de su parte (si
es que alguna vez ocurrió).
Frustración, desgano, indignación… ¡qué
fea sensación!
¿Y si aquel día nosotros estábamos
de no tan buen ánimo y necesitábamos de aquel
saludo?, ¿Qué hubiese pasado? Tal vez el día
hubiese cambiado completamente… tan sólo dos
palabras pueden modificar el día. Más que
aquello también…
Y justamente de las experiencias no tan buenas que nos suceden,
es digno aprender de aquellas para que no seamos nosotros
en un futuro los que fallemos, y terceros se vean perjudicados
por nuestra persona y manera de obrar. Podemos utilizar
tanto las experiencias buenas como las no “tan buenas”
para un bien personal y comunitario (siempre y cuando las
apliquemos…)
Recordemos que el precepto de tzedaká (caridad) no
solamente se debe efectuar con dinero (y en el caso de entregarse,
no solamente se torna importante este mismo, sino la manera
de realizar la dádiva, aquello es lo fundamental.
Con qué cara uno lo dona: si se dibuja una sonrisa
en el rostro o se dibuja fastidio, si predomina la convicción
o la incertidumbre. Ver Talmud en tratado de Kidushín
31 a/b). Por el vocablo “caridad” debemos ser
conscientes que todo lo que Hashem (Di-s) nos brinda, una
parte debemos “donarla” a nuestro semejante.
Una especie de “diezmo” que no sólo abarca
bienes materiales. Ayuda en una tarea, aliento, estima,
apoyo. Sucede que la solución más fácil
y rápida que le encontramos a este precepto, es el
dinero…
Pero hay accionares que no se compran con dinero, que no
tienen un valor ni cualitativo ni cuantitativo.
Y no sólo eso sino que pueden ser muy baratos, de
oferta y de “liquidación” para nosotros
y con todo eso enriquecedoras para nuestros semejantes…
¡”Recibe a toda persona con buena semblante”,
nos aconseja Shamai!